Nuestros ancestros no solo nos influencian, también nos legaron dones y fortalezas.
Mi historia, como gallega, está tejida con marineros, campesinos y mujeres cuidadoras.
Fuertes, trabajadoras incansables del campo y del hogar, increíblemente resolutivas en un entorno patriarcal y duro. Eran mujeres solas, sosteniendo la vida mientras sus maridos estaban meses en alta mar.
De ese contexto cultural y emocional heredé la autonomía y una gran capacidad de resolución.
Pero en mis vínculos, ha afectado de diferentes maneras.
En la Dificultad para pedir ayuda: cuando sentía que tenía que poder con todo yo sola, asumiendo un rol de «salvadora».
En la Independencia excesiva: Valoro mi autonomía, pero me costaba permitir que otros me apoyaran de verdad, por miedo a perder el control o a que me «dejaran».
Y en una coraza emocional: aunque heredé una enorme resiliencia, me cuesta mostrar mi vulnerabilidad o mis miedos más profundos, por la creencia inconsciente de que siempre debo ser fuerte.
A veces, aún guardo las emociones difíciles, me aislo y me cuesta gestionar mis emociones y mis relaciones.
La ausencia intermitente de los marineros y su dedicación al trabajo condicionó mi visión del amor y el compromiso.
Tenía expectativas inconscientes de que el amor implica sacrificio y aguante, y me ha costado la intimidad profunda, si el afecto no se expresaba con palabras y gestos, sino con el trabajo y el sostén.
El miedo al abandono o la inestabilidad, generado por esa incertidumbre constante, ha sido una sombra en mis vínculos.
Reconocer estos patrones no es culpar a mis antepasadas, es honrar su fortaleza y entender cómo su legado se manifiesta en mí.
Es el primer paso para sanar y construir relaciones más equilibradas y plenas en mi presente.
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